En la costa de Senegal las consecuencias del cambio climático ya no forman parte de ninguna discusión teórica. Allí están sucediendo en la realidad más acuciante cosas malas para los pueblos de pescadores. Con la subida del nivel del mar, la erosión empieza a echar abajo aldeas enteras. Una arquitecta asturiana, María Calzadilla, coordina desde Dakar la respuesta a ese fenómeno. Trabaja para la rama luxemburguesa de Cruz Roja y es la responsable de un proyecto para el alojamiento de emergencia a las personas que han perdido sus casas y la construcción de nuevos asentamientos, más resistentes. Sobre ese trabajo y sobre una carrera en la cooperación internacional que abarca ya más de diez años de experiencia en diversos países del Caribe y de África charló el pasado 15 de marzo con los asistentes a un coloquio organizado en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias por la propia institución con el apoyo de Arquitectos Sin Fronteras.
Trabajar en proyectos de cooperación es una salida profesional factible para los arquitectos, pero no es una tarea que pueda acometerse sin una formación específica previa, señaló la ponente a su auditorio. Hija otro conocido arquitecto asturiano, Javier Calzadilla, ella ha desarrollado toda su carrera profesional fuera de España desde que completó sus estudios en el año 2000. Primero fueron Portugal e Irlanda. Después, un breve regreso, en 2006, para formarse en el terreno de la cooperación y la ayuda al desarrollo. A partir de ahí, una sucesión de trabajos sobre el terreno y puestos de coordinación en los países pobres del cinturón del Sahel (Senegal, Malí, Níger, Burundi, Burkina Faso, Benin), en Indonesia, República Dominicana o Haití. A cualquier colegiado con interés en orientar su carrera hacia ese tipo de trabajos, le advierte, de entrada, que las exigencias variarán según el tamaño y los objetivos de la organización que le emplee. «La cooperación debe ser un trabajo remunerado y para eso hay que saber hacerlo», apuntó.
Durante su etapa en Arquitectos Sin Fronteras, una ONG pequeña, a Calzadilla le tocaba no solo la labor de dirigir las obras sobre el terreno, elegir a los albañiles y formarlos en las técnicas necesarias para sacar adelante con éxito cada proyecto, sino también asumir todos los trámites administrativos para mantener en marcha una entidad con poco personal hasta el detalle de abrir una cuenta bancaria donde recibir el dinero con el que operar. Cruz Roja, donde ahora trabaja, es otro tipo de organización, mayor y más implantada en cualquier lugar del mundo gracias a sus ramas nacionales, de manera que ahora su día a día ya no está en los solares, sino en la labor de apoyo a los equipos diseminados por toda su zona de actuación. Y eso es aún un peldaño intermedio. Sus compañeros en las grandes agencias de la ONU se dedican a la estrategia y la planificación, a muchos kilómetros de distancia de los lugares donde se ejecutan los proyectos.
Presentada por su padre y en un coloquio animado por las intervenciones del presidente de Arquitectos Sin Fronteras de Asturias, Álvaro Menéndez, y por la vocal de Formación del COAA, Paula Fernández, además de por las preguntas del público, Calzadilla aseguró que todas las intervenciones de la arquitectura en proyectos humanitarios se guían por la sostenibilidad de los proyectos. En la práctica, ese principio se traduce en la utilización de materiales locales, que sean fáciles de conseguir y que permitan que, una vez acabado un edificio –una clínica, una escuela– y entregado a las autoridades para su uso pueda ampliarse, arreglarse o reutilizarse de manera sencilla. «Lo único que importamos para las intervenciones más urgentes es un tipo de lona que se usa en las tiendas de campaña provisionales y está hecha con una material muy resistente al sol», explicó.
A menudo, las obras conllevan la formación de la mano de obra local en técnicas que no domina. Por ejemplo, la cimentación, necesaria en zonas inundables para conseguir viviendas más resistentes a las crecidas de los ríos. Pero, aunque esas modernizaciones pueden ser necesarias, deben respetar también la cultura y las tradiciones del país. En el Sahel, la forma tradicional de organización de las aldeas, reproducida hasta cierto punto en las ciudades, es la concesión: cada vivienda, ocupada por una sola familia, da a una plaza o espacio abierto central donde se instalan los servicios comunes (cocinas y baños completos). Donde es necesario instalar tiendas de campaña para acoger con urgencia a personas que han perdido sus hogares las ONG respetan ese principio y colocan los refugios en grupos de cuatro alrededor de una abertura central.
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