Antes de instalarse en Valladolid, donde se había formado como arquitecto, José Manuel Martínez Rodríguez volvió a Cangas del Narcea para dejar su sello en el pequeño hotel y restaurante con el que se gana la vida su familia. Fue la primera obra de una carrera que cumple ya 32 años. La repasó el pasado 14 de junio en una conferencia en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias (COAA) en Oviedo, donde realizó una exposición dividida en dos partes. En la primera, recopiló todos los elementos y los conceptos que le han preocupado desde sus inicios en la profesión y aparecen como un hilo conductor en toda su producción. En la segunda, mostró cómo los aplica en este momento de su vida con la presentación de tres de sus proyectos más recientes. El interés por los edificios residenciales, su integración en el entorno y la indefinición de los límites entres los espacios públicos y los privados son las constantes que aparecen en toda su trayectoria, según su confesión ante un auditorio con muy buena entrada.
Al ponente le gustan la sistematización, los diagramas y los módulos, la creación de una multiplicidad de elementos que se combinan de muchas maneras para dar lugar a productos nuevos. Ensayó el sistema por primera vez en un concurso de viviendas públicas en Bélgica hace 25 años y no hace mucho aún lo usó en sus propuestas para unificar el aspecto de los equipamientos públicos en las playas asturianas. Martínez Rodríguez, que asume que nunca se expresa y se explica mejor que cuando dibuja con un lápiz en la mano, deja hablar por él a esos módulos. La integración de sus proyectos en el entorno también le preocupa mucho. Lo plasmó en el proyecto, mezcla de parque y zona de edificios residenciales, que presentó al concurso para la eliminación de la barrera ferroviaria de Gijón en el año 2000, que situaba los bloques en medio de una amplia zona verde. Desde el origen de su carrera le preocupa también la indefinición de los límites, la manera de romper los pares de opuestos interior/exterior, edificio/ciudad. Le gustaría que sus edificios no terminaran en la fachada, que se extendieran hacia las calle. Lo intentó por primera vez con su proyecto, no elegido, para el Museo Etnográfico de Castilla y León.
La forma actual que adoptan esas preocupaciones alimentó la segunda mitad de la conferencia, en la que Martínez Rodríguez reveló el proceso creador en tres de sus encargos más recientes: la rehabilitación de una vivienda unifamiliar en Viana de Cega, una zona habitual de vacaciones en la provincia de Valladolid; la reforma de un piso en un edificio del centro histórico de la capital pucelana; y la construcción de otra vivienda unifamiliar a más de 700 kilómetros de su estudio, en el pueblo de Comporta, situado en la costa del Atlántico en Portugal, justo al sur de la bahía de Setúbal. El arquitecto confesó que en esos trabajos para particulares, además de su bagaje teórico, técnico y práctico (define su obra como fenomenológica, basada en la experiencia para aprender y mejorar), lo que enriquece finalmente el resultado es la conversación con los clientes. La vivienda, como inversión más importante de una vida y como plasmación de la idea de hogar, es inseparable de la personalización, de la adaptación a quienes la van a habitar. A veces, señaló, lleva al arquitecto al borde de la impertinencia, a realizar preguntas personales para afinar el resultado final a la personalidad de quien le contrata.
VÍDEO DE LA JORNADA