La arquitecta barcelonesa Carme Pinós ofreció el pasado 5 de septiembre una conferencia en la antigua Escuela de Comercio de Gijón, organizada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias. Pinós hizo un recorrido por su obra reciente, que incluyó cuatro proyectos “con lenguajes distintos pero siempre atendiendo a dos factores fundamentales como son, sobre todo, el contexto y también la demanda”.
En este sentido comenzó por la gran actuación en el centro histórico de Barcelona, que comprendía la fachada posterior del mercado de La Boquería, la plaza de la Gardunya y la Escuela de Arte Massana.
El terreno era, según Pinós, “un roto” en el urbanismo barcelonés debido a que en la época franquista “se entendía que la ciudad tenía que crecer a base de edificios altos”. Eso era lo que se pretendía hacer en origen, pero finalmente sólo se fijaron los cimientos y se excavó un párking. Esto hipotecó el suelo durante muchos años ya que expropiarlo era demasiado costoso, hasta que se pudo liberar. El ayuntamiento convocó un concurso, que ella ganó.
Pinós estudió los espacios del casco antiguo, con la plaza Real, un lugar hecho a imagen y semejanza de la alta burguesía catalana. Todas las fachadas son iguales, es estática, mira a un centro y representa su clase social. Por otra parte, estaba también la plaza del Pino, completamente diferente. La zona del Raval es un cruce de clases sociales, de inmigración, junto a vecinos de toda la vida, muy dinámica y susceptible de degradarse, pero lo opuesto a la plaza Real. Aquí intentó la arquitecta “articular un collar de espacio público”.
Su solución estaba muy preocupada por las perspectivas: “La arquitectura acaba en el último punto en el que tiene repercusión. Es acción y toda acción tiene repercusión”. Por eso ella y su equipo se sentaban en la plaza y observaba el recorrido de la gente, la vida en la zona.
Durante la conferencia, desglosó sus soluciones para los edificios y su preocupación porque el diseño de la Escuela Massana, que está hecha para los jóvenes, la preservara del turismo exterior. Es un edificio, por tanto que preserva su intimidad. Por fuera es opaco, sólido, pero por dentro es muy luminoso, está lleno de luz. “El atrio es como una calle, quería que diera la sensación de fachada en lugar de hacer barandas”.
También comentó el proyecto de Caixa Forum Zaragoza, un edificio planteado siempre por el contexto. Se reordena un gran espacio que pretende conectar un barrio que siempre estuvo separado: “Quise hacer una puerta entre el barrio popular y el resto de la ciudad. Era mi idea”.
Son dos salas de exposiciones itinerantes, no hay exposición permanente, y tiene también un auditorio, salas de conferencias y un restaurante. “No era un programa muy complicado”, siguiendo con esa idea de convertirlo en una puerta de unión de las dos ciudades. “Después de haber observado las medidas, llegué a la conclusión de que una sala en forma de L era preferible, daba más juego de circulaciones”.
Por último, Carme Pinós explicó la concepción y ejecución de un pabellón que una fundación privada le encargó en Melbourne y un pequeño hotel en Mallorca.
Para el primero se sentía muy presionada porque cada año se hacía una obra nueva firmada por grandes arquitectos. “No me salía hasta que fui al lugar: entonces supe lo que quería. Yo quería algo abierto, no sólo para las actuaciones, que fuera un espacio vacío, quería que fuera como mobiliario urbano”. Así lo ejecutó.
Sobre la obra de Mallorca, realizó en un hotel que era un antiguo monasterio, ubicado en un de unas terrazas con muros para cultivar, con un spa y cuatro villas adaptados al entorno.